HISTORIA UNO:
Y entonces se decidió. No esperaría más. Estaba cansada de mandar mensajes, directos o de forma insinuada, y que él no contestara...pero tampoco se iba del todo. De repente tenía una aparición sorpresa, con toda su amabilidad, con su bella sonrisa, con sus divertidas historias. Y ella volvía a engancharse. Y otra vez a esperar.
No. Era mejor ser consciente de la verdad, lo que tenía era malo, dañino. Dejarlo le depararía momentos de sufrimiento (que ahora también existían) pero le despejaba el futuro. En el mundo debería haber alguien que la mimara, que la quisiera como era, sin querer cambiarla, sin querer adaptarla a un molde.
Su amigo le repetía que había tomado la decisión acertada, le escuchó las dudas, le reforzó las decisiones, la abrazo cuando lo necesito, la saco a pasear, le condujo de vuelta a la vida.
Siempre tenía una historia divertida que contar, una anécdota increíble, una sonrisa para sus penas, una oreja para sus palabras, un hombro para su cabeza, una suave caricia para apartar las lágrimas.
Él sonreía siempre en su presencia, pero si te fijabas bien se veía claramente una cortina de tristeza en sus ojos.
Ella pensaba, tiene que haber alguien en el mundo que me mime, que me quiera como soy.
Ella no veía.
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HISTORIA DOS:
Él hombre estaba entusiasmado escribiendo en el ordenador, cuidando con mimo a sus contactos habituales, oyendo una de sus bandas sonoras (es ese momento un CD que había grabado con Lucinda, Ray y la Melua), tenía una sonrisa en la cara, brillo en los ojos y una copa de vino a su lado.
Ella lo miraba desde el sofá, abandonando el interés por el libro que estaba leyendo, y sintió que una brisa de ternura la invadía. El hombre que siempre la escuchaba, que la hacía reír, el que aguantaba sus neuras y escuchaba (no solo oía) todas sus elucubraciones. Que tenía la facultad de alejar la tristeza de sus pensamientos. Su mejor amigo.
¿Por que no podía ser él? ¿Por que no podía elegirlo a él para la cama, para la piel, para colocarlo entre sus piernas? Todo seria perfecto. Pero no, siempre eligiendo al equivocado, el que al final la hacía sufrir. El que hacía que aparecieran las lágrimas. ¿Quien me ha enseñado a elegir? se preguntó.
Él apartó la vista de la pantalla, la miró, le sonrió (como siempre) y dijo: "Mira lo que acabo de leer en casa de una amiga: Hay tantas cosas que nos hacen estremecer si nos dejamos".
Ella pensó ¿Por qué no nos dejamos?