Fue un gesto que lo dijo todo.
La cosa empezó porque le comenté que el libro que ella estaba leyendo era de esos pocos que yo revisitaba al menos una vez cada año.
Luego la charla fue tomando cuerpo.
Hablamos de lo que nunca se habla en las conversaciones formales. Que si le gustaba el sexo oral, de que acabar en la boca solo si hay confianza, de que si alguien puede asegurar que los humanos tienen los genes de la fidelidad, de que si preferíamos una pareja eterna o una eternidad de parejas de corto plazo (dos/tres años)...
Claro, también del color de las bragas que llevaba y de porque hoy yo iba sin ropa interior. De lo que me gustaban los vestidos y lo que me encantaba que hubiera aparecido con ese tan hermoso.
Risas hubo para dar y regalar. Y lágrimas, pero de las provocadas por las carcajadas.
Y una pelea amistosas por ver quien añadía más referencias; desde BP y LBQ hasta Philip Glass y Van Hove, pasando por los locos bajitos y los amigos atorrantes.
Al final, mirándole a los ojos -y para reforzar una de mis afirmaciones- le puse una mano en la rodilla superior de su cruce de piernas.
Y lo noté.
Descruzó las piernas, mi mano seguía allí, me miró fijamente y muy despacio las abrió.
Si. El gesto ya anunciaba lo que pasaría después.