Mañana de viernes, el Hope casi vacío.
Jota rellena las cámaras, anota los pedidos y prepara con calma la música para esa semana: Cowboy Junkies, Bruce y esas voces femeninas que tanto le gustan.
Uno universitario (a los que Pito suele llamar los nuevos bárbaros, porque les tocaría arrasar con todo lo que hay) está escribiendo y tachando una especie de lista.
Meraki cumple lo que se está convirtiendo en una de sus gozosas rutinas diarias, aparecer en el local para su café de media mañana, hoy acompañado una magdalena rellena con mermelada casera. Ocupa una mesa cerca de la barra. Tiene sus tropecientas bolsas en el suelo a sus pies y luce su legendario despeinado.
Entra Pito y consigue que Jota deje su tarea y charlan sobre los cuadros colgados ese día. Eso de colocar elementos fuera de lugar y cambiar la primera intención del pintor original.
El jovencito acaba su lista y se acerca a la barra a pagar.
"¿Qué hacías chaval?" Jota no puede aguantarse el preguntar.
"Intentaba poner posibles regalos para una chica que me interesa, pero no acabo de encontrar nada que me deje convencido".
"Dale tu tiempo". le dice Jota.
"¿Qué?" pregunta el jovencito sorprendido.
"El mejor regalo que puedes ofrecer a una persona es tu tiempo", interviene Pito, "le estás dando una porción de tu vida que no volverás a vivir".
"Estaba casi decidido a regalarle ropa interior, con un poco de suerte hasta se la vería puesta".
"Una cosa no impide la otra", dice Maraki desde su mesa, "las bragas pueden regalarselas muchos, pero el tiempo solo quienes la consideran prioritaria".
Mañana de viernes, el Hope casi vacío.