ni enfado ni disgusto

Entré en el Hope, casi vacío, para escapar de la lluvia que había aparecido para acompañar el frío que era mucho. En las paredes gente que mira. Fuí a la barra, pedí un café latte calentito.

A mi lado uno de los habituales, ese que suele vivir despeinado, hablaba por teléfono.

"El viaje ha sido genial y provechoso. Cuando llegué a casa de mi amigo vi a una pelirroja que leía envuelta en una sábana. Se acababa de duchar -me enteré más tarde- y le daba pereza vestirse para desnudarse luego al ir a dormir. No me hizo el mínimo caso."

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"Mientras cenaba en la cocina con mi amigo -su compañero de piso- entró con la sábana cual túnica y charló un rato con nosotros. Me gustó lo que decía y me gustó como lo decía."

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"Se fue a dormir mucho antes que nosotros. Cuando me retiraba al sofá que me tocaba  -generosidad de mi amigo- me colé en su habitación y estuve viendo como dormía unos minutos."

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"Cuando desayunaba solo -mi amigo tiene unos horarios matinales inhumanos- oí música en su habitación y fui a desearle los buenos días. Estaba desnuda -todavía- estudiando con música de fondo. Al verme se tapo un poco, me dijo algo sobre llamar antes de entrar...pero yo solo veía la expresión de su cara: no había ni enfado ni disgusto."

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"Vaaaaaale, primero vi sus tetas. Pero tengo que señalar que eso no fue lo que más me atrajo de ella."

Gente que mira, pensé. Y me auto recordé que lo importante no es mirar sino saber ver. Lo que miramos puede ser lo mismo, lo que nos define, lo que nos hace diferentes es lo que vemos.